Sin buenos profesores no hay buena educación
Septiembre 17, 2007

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Columna de opinión publicada en la páginda de Educación del diario El Mercurio, 17 septiembre 2007.
Ver texto más abajo.
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Sin buenos profesores no hay buena educación
José Joaquín Brunner
Podemos cambiar las leyes, las exigencias y la gestión, pero no habrá mejoras si no consideramos esta regla de sentido común.
Hace pocos días, en estas páginas, sir Michael Barber, una de las cabezas de las exitosas reformas introducidas al sistema escolar inglés bajo el gobierno de Blair, señalaba lo siguiente. Decía que la única característica compartida por los sistemas exitosos de educación -desde Finlandia a Singapur- es que forman a sus profesores reclutándolos entre el tercio de los mejor graduados de un primer curso universitario.
¿Cómo logran hacerlo? Ante todo, porque la profesión docente goza de un alto prestigio en esas sociedades. Esto va unido a un amplio reconocimiento social, especialmente del gobierno y las élites del país; favorables condiciones de trabajo, como salas de clase con 20 alumnos; salarios dignos, incluso altos en algunos casos; oportunidades bien definidas de desarrollo profesional y tiempo para aprovecharlas y, en general, medios de apoyo para un buen desempeño vocacional.
A cambio de esto, los profesores deben formarse bajo exigentes estándares, certificar sus habilidades, trabajar duro, evaluarse periódicamente en su lugar de trabajo y hacerse responsables por los resultados de su labor. Qué duda podría caber que, así organizada, la profesión docente se convierte en un factor clave del éxito de sus sistemas educativos. Más allá de sus diferencias -sean ellos centralizados o descentralizados, admitan o no seleccionar alumnos, tengan proveedores públicos o privados-, cifran su excelencia, primariamente, en la calidad del trabajo de sus profesores.
Sorprende que en Chile este factor clave del éxito escolar se halle prácticamente ausente de nuestros debates o sea abordado con ligereza. Al mismo tiempo, hemos desvalorizado socialmente la profesión docente. Su atracción sobre los jóvenes con mejores resultados en la enseñanza media y la PSU es baja. La formación que reciben en las universidades es débil. Retribuimos mal su trabajo. Los maestros gozan de escaso reconocimiento entre los grupos dirigentes. Las condiciones en que se desenvuelve la profesión son frecuentemente hostiles. Los profesores tienen escaso tiempo para preparar clases; sus oportunidades de desarrollo profesional poco contribuyen a mejorar su desempeño en el aula, y, en general, carecen de apoyo efectivo entre las autoridades y la comunidad.
Agréguese a esto que los propios profesores debilitan su profesión cuando se ausentan de sus lugares de trabajo, cumplen a desgano sus labores, muestran poco compromiso con los resultados de aprendizaje de sus alumnos y se resisten a ser evaluados.
En fin, podemos dictar nuevas leyes educacionales, elevar los estándares curriculares, crear una superintendencia, reforzar las regulaciones, alterar los modelos de gestión de las escuelas y, al final de todo esto, encontrarnos en el mismo punto donde partimos, si acaso no tomamos en serio la regla de máximo sentido común recordada por Barber: que sin buenos profesores no hay buena educación. A fin de cuentas, toda sociedad tiene los profesores que se merece.
Sorprende que este factor clave del éxito escolar se halle prácticamente ausente de nuestros debates o sea abordado con ligereza.
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