SEÑOR DIRECTOR
Si hay una medida de política que en el campo educacional cuenta con apoyo transversal, suprapartidista y técnico, es el apoyo a la educación temprana de niñas y niños entre dos y cuatro años.
En efecto, a esas edades, el cuidado de las familias en el hogar y una atención de calidad en jardines infantiles son decisivos para el futuro desarrollo de las personas. Las capacidades cognitivas y socioemocionales-que se hallan en la base de los aprendizajes posteriores, a lo largo de la vida-se conforman en esos años. Las desigualdades de origen-debidas a las diferencias de capitales (económico, social, cultural) entre hogares-, tan pronunciadas en nuestra sociedad, solo pueden interrumpirse y compensarse eficazmente en los años iniciales de la vida. O empezamos allí o, como ya sabemos, se termina mal.
En Chile se requiere actuar con urgencia. La tasa de cobertura del nivel medio de la educación parvularia es 16 puntos porcentuales inferior al promedio de los países de la OCDE. Uno de cada cuatro niños -entre 0 y 3 años- vive en condiciones de pobreza relativa (o multidimensional). El gasto por infante es incomprensiblemente dispar entre diferentes proveedores. Y aquellos más vulnerables no son necesariamente los más favorecidos. Por último, la calidad de esta educación es frecuentemente precaria.
En estos días, el Parlamento tramita un proyecto que busca abordar estos desafíos. Crea un esquema de subvenciones que permite extender la cobertura, invertir significativamente más por infante y cerrar las brechas de gasto entre establecimientos, mejorando así las condiciones de calidad. Además, estimula la asistencia regular, crea estándares y regulaciones más exigentes y garantiza una efectiva gratuidad, justamente en la edad donde más se necesita.
Es posible, por tanto, transformar el consenso declarado que existe en esta materia en un acuerdo de real impacto social. Es de esperar que gobierno y oposición actúen en consecuencia.
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