España: La universidad, el último caramelo para la especulación
Abril 26, 2019

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Los fondos de capital riesgo se lanzan a invertir en el sector de educación, donde se cuestiona que puedan mantener la calidad

El sector de la educación bulle. Se ha puesto en el punto de mira de los fondos de capital riesgo, que ven en las universidades privadas un negocio en crecimiento y están disparando sus compras por todo el mundo. Mauro Guillén, profesor de The Wharton School, considera que la educación superior es un negocio en expansión, en el que existe mucha demanda por parte de ese tipo de instituciones y donde la oferta de calidad es limitada. “Además, es contracíclico y proporciona unos ingresos muy estables”, opina por correo electrónico desde Filadelfia.

El boom ha llegado a España. Hace apenas una semana se cerraba la última transacción: el fondo británico CVC Capital Partners se hacía con una participación mayoritaria en la Universidad Alfonso X el Sabio (UAX) de Madrid por una cantidad que no se ha desvelado, pero que El Confidencial cifra en 1.100 millones de euros. Tres meses antes, la firma Permira, también británica, ganaba la puja, en la que coincidió con CVC y otros cinco candidatos, organizada por Laureate Education para vender la Universidad Europea de Madrid, Valencia, Canarias y Portugal, así como la escuela de marketing lusa IPAM, en una operación valorada en 770 millones de euros.

Unas cifras astronómicas que dan muestra del interés existente. José Ángel Sarasa, presidente y consejero delegado de Baring Private Equity Partners España, cree que la dinámica adquirida por los fondos de capital riesgo en torno a la educación es impresionante, lo que está llevando “a unos precios escandalosamente altos”, si bien los activos inmobiliarios que suelen llevar aparejadas estas transacciones dificultan la valoración y son, según el gerente de la Universidad de Barcelona, Oriol Escardíbul, uno de los atractivos de las compras.

Antecedentes

Baring preconizó la entrada del capital riesgo en la enseñanza privada española en los años 2000 con la compra de Nace Schools, una red de colegios que traspasó a Magnum Capital, que volvió a venderlos en 2017 al estadounidense Providence, multiplicando casi por tres la inversión. “Entonces no había tanto movimiento”, asegura Sarasa, “ahora hay un boom porque la educación crece, sobre todo en la India y los países del golfo Pérsico, y porque hay mucho dinero en el mercado”. “Pero cerrar operaciones a múltiplos de 15 o 20 veces el beneficio de explotación es excesivo”, sostiene.

Con la llegada de estos nuevos actores al sector educativo siempre sobrevuelan las dudas sobre si serán capaces de mantener la calidad de la enseñanza de los centros. Porque no hay que olvidar que estos fondos buscan rentabilizar sus compras al máximo y en el menor tiempo posible. Lo habitual es que permanezcan en las empresas unos cinco años, según Juan Leach, vicepresidente de la Asociación Española de Capital, Crecimiento e Inversión (Ascri), y que pretendan multiplicar por dos o tres su inversión, dice el responsable de Baring. Para ello, su estrategia se centra en instituciones en funcionamiento, donde puedan abordar fuertes planes de crecimiento o sacarlas a Bolsa.

Pero en círculos académicos se tienen serias dudas sobre ello. “Personalmente, estoy radicalmente en contra de este tipo de operaciones”, afirma Carlos Andradas, rector en funciones de la Universidad Complutense de Madrid, “porque la educación en general y la universidad en particular nunca deben ser un negocio, y si un fondo se mete es para obtener una rentabilidad cuanto más alta mejor”. Estos inversores han descubierto que hay un nicho en las universidades privadas, donde a los alumnos se les ofrecen contactos que dan lugar a empleos y a salarios altos, y lo quieren explotar, continúa. Andradas cree que la educación superior debe promover la igualdad de oportunidades, justo lo contrario de lo que hacen muchos centros privados, “donde ya hemos constatado que la gente paga por obtener títulos”. Y critica a este tipo de centros, además, por la falta de un tejido investigador sólido.

Tanto Andradas como Escardíbul piensan que los fondos podrían rentabilizar su capital elevando los precios de las matrícu­las o la ratio de alumnos por aula. También pueden jugar con los salarios de los profesores, el desarrollo online y con la especu­lación inmobiliaria. Lo que tienen claro es que el fenómeno del capital riesgo ha aparecido con fuerza y busca nuevos candidatos educativos, que para los fondos son como otra empresa cualquiera, según admite Leach, al tiempo que destaca su estabilidad, “aportan seguridad frente a los cambios de ciclo” y su capacidad de reaccionar antes que las universidades públicas a las necesidades del mercado. Leach se defiende de la mala fama del capital privado diciendo que, “aunque estemos poco tiempo en las empresas, las dejamos mejor de lo que estaban”.

Mauro Guillén cree positivo que haya universidades públicas y privadas, con y sin ánimo de lucro, y que estas últimas estén participadas por el private equity, “que solamente puede añadir valor si el centro está mal gestionado”. En su opinión, lo fundamental es que exista competencia “por ideas, tipos de enseñanza, fondos de investigación, alumnos, profesores y gestores. Si no la hay, no habrá calidad”, avisa.

EXCESO DE CENTROS

Los portavoces de las universidades públicas consultados se quejan de la falta de recursos a la que se enfrentan sus instituciones desde hace una década. “Ante la carencia de presupuestos, no podemos expandirnos y fomentar la investigación y eso da ventaja a las universidades privadas”, señala Oriol Escardíbul, de la Universidad de Barcelona. A su juicio, Madrid y Barcelona han sido las plazas más penalizadas por los recortes. Y precisamente en la comunidad capitalina, el PP y Ciudadanos han dado luz verde a la instalación de tres nuevas universidades privadas, “a las que nos hemos opuesto y presentado una demanda para paralizarlas porque ya hay muchas universidades en Madrid. Con estas tres, las privadas serían 15, frente a las seis públicas. Y, además, porque su modelo favorece la desigualdad”, según Carlos Andradas, de la Complutense

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