Selección académica: inconsistencias argumentales
Febrero 17, 2019

Tras el interregno estival, los argumentos sobre selección académica volverán al orden del día. Mientras tanto, sus inconsistencias se tornan cada vez más patentes. A continuación, siete ejemplos.

1.- Se sostiene que la democracia ya discutió el tema y lo resolvió. Se dictó una ley; asunto cerrado. Es una equivocada concepción de la democracia. Ella consiste, precisamente, en un proceso continuo de deliberación. Nadie puede arrogarse la última palabra y suponer que la tiene para siempre. Es un procedimiento de decisiones sin fin, abierto siempre a revisiones, negociaciones y contestaciones. A ratos frustrante; a la larga es la única manera en que las sociedades aprenden. En particular, se dice que las leyes todavía no aplicadas o a medio implementar no deberían corregirse. ¿Por qué no? Especialmente si adolecen de fallas de diseño y financiamiento (gratuidad), generan problemas sobrevinientes de implementación (inclusión), o causan daños imprevistos. En tales circunstancias, ¿para qué esperar?

2.- Incluso, si no hubiese expectativas de obtener resultados positivos, ¿por qué perseverar en el error? En el caso concreto hay dos preguntas clave que responder. ¿Existe alguna evidencia de que la composición social de los alumnos de los colegios está cambiando significativamente y para mejor? Y, enseguida, ¿se observan progresos sustantivos en el logro de aprendizaje de los estudiantes? Pues de no ser así; o sea, mientras la calidad de las oportunidades educacionales permanece igual, lo único que hacemos es redistribuir estudiantes entre las mismas mediocres oportunidades preexistentes. El algoritmo empleado para la admisión escolar es una ingeniosa solución de mercado (matchingmarket), especialmente apropiada para la educación temprana y el ciclo básico. Mas no satisface el objetivo de diversificar educacionalmente a las élites del país y de difundir una cultura del esfuerzo.

3.- Algunos expertos y opinólogos afirman que nunca y en ninguna instancia o circunstancia podrían utilizarse procesos de selección académica durante la enseñanza secundaria. Bastaría con un bien diseñado mercado de emparejamiento. Esta afirmación dogmática choca frontalmente: (a) con la extensa cantidad de países OCDE que utilizan procesos de selección para la admisión a la enseñanza secundaria y/o como método para organizar la enseñanza al interior de las escuelas; (b) con el hecho que Chile emplea intensamente exámenes selectivos, notas de enseñanza media y rankings de alumnos para el ingreso a la educación superior, y (c) con el uso, a lo largo del siglo XX, de la selección académica como un medio para promover “movilidad competitiva” e integrar a individuos y generaciones de clases medias en los cuadros directivos de la sociedad, diversificando con ello a las élites nacionales.

4.- En relación con 3(c) anterior, sostienen algunos que en vez de mantener y ampliar liceos de alta exigencia académica para estimular esa movilidad competitiva —liceos emblemáticos o de excelencia que, por lo demás, todos los gobiernos post 1990 buscaron fortalecer— convendría en cambio igualarlos al nivel promedio de los liceos en su conjunto, eliminando dicho canal de movilidad concurrencial. De ocurrir, permanecería como única alternativa de formación de élites (políticas, profesionales, técnicas, académicas, artísticas, religiosas y militares), el canal de “movilidad patrocinada”, a través del cual las élites establecidas se reproducen a través de colegios exclusivos para sus hijos, los herederos.

5.- Llevados por esta lógica inaudita, algunos parlamentarios y dirigentes del progresismo postulan (¡oh, contrasentido!) que sería mejor seleccionar cuotas de alumnos resilientes de sectores medios y populares y forzar su ingreso a los colegios de los herederos (proyecto de ley Machuca). Con ello se cerraría definitivamente la posibilidad de ampliar y diversificar aquellas élites, que en adelante solo se renovarían por herencia o cooptación social.

6.- En el fondo, una sociología anacrónica plantea que el masivo apoyo a principios meritocráticos —de valoración del esfuerzo— y a formas de movilidad competitiva por parte de familias de clase media y sectores trabajadores o con menor escolarización formal, correspondería a un fenómeno de “falsa conciencia” —servidumbre voluntaria la denominó Marcuse—. Así, mientras los hijos, nietos y bisnietos de las élites asistirían con verdadera conciencia de su posición a colegios exclusivos, los descendientes de familias no-burguesas incurrirían en falsa conciencia cuando aspiran a mejorar su posición en la vida. Distinguirse en función del propio esfuerzo sería, en el mejor de los casos, una inclinación pequeño burguesa. Esta sociología, además de trasnochada, es candorosa y errada. Conduce a pensar que los únicos propietarios legítimos de patines sociales son quienes los reciben por herencia. En cambio, si un “móvil ascendente” llega por su propio mérito a hacerse de patines, corresponde bajarlo prontamente y devolverlo a su realidad.

7.- ¿Cómo se justifica tal aberración? En nombre de un ideal abstracto de igualdad que proclama lo siguiente: mientras no todos los niños y jóvenes puedan disponer ahora mismo de idénticos patines sociales, y no todos los colegios sean desde ya iguales en mérito y excelencia, es preferible que ninguno adelante por su esfuerzo individual y aspire a proyecto de vida distinto del común de sus congéneres. Este ideal clausura, como una lápida, cualquier dinamismo y transforma a la sociedad en un sistema rígido y conservador. A un lado los colegios de excelencia para herederos; al otro, los liceos condenados a la inmovilidad. Se siembran así tempestades, ¿para cosechar qué?

El algoritmo empleado para la admisión escolar es una ingeniosa solución de mercado (matchingmarket), especialmente apropiada para la educación temprana y el ciclo básico. Mas no satisface el objetivo de diversificar educacionalmente a las élites del país y de difundir una cultura del esfuerzo

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