Mejoramiento escolar, docente y de aula
Abril 26, 2015

Mejoramiento escolar, docente y de aula

Con todo lo positivo que tiene el nuevo proyecto de carrera docente recién dado a conocer, este necesita mejorarse en varias partes 

José Joaquín Brunner

Por fin conversamos sobre cómo mejorar oportunidades de aprendizaje para niños y jóvenes chilenos. Es decir, sobre los aspectos directamente relacionados con la calidad y equidad del sistema.

Cómo construir ambientes favorables para el aprendizaje es la pregunta clave. Los factores determinantes se hallan claramente identificados por la investigación educacional y respaldados por la experiencia internacional. Se necesita tener estudiantes motivados, profesores competentes, directivos líderes en cada establecimiento, currículos relevantes y focalizados en el desarrollo de competencias básicas, e infraestructura y equipamiento a la altura del siglo 21.

Según la información disponible (OCDE), los estudiantes chilenos reportan una satisfactoria relación con sus profesores, pero informan, al mismo tiempo, un negativo clima de orden y disciplina. Este último aspecto incide fuertemente en la calidad de las oportunidades de aprendizaje ofrecidas; les resta efectividad especialmente en colegios con alumnos provenientes de hogares con menores recursos.

Con todo, la cuestión de la motivación estudiantil es un asunto que desborda los límites de la sala de clases. Resulta de procesos anteriores y externos a la escuela que tienen lugar en el seno del hogar, la comunidad local y la cultura en que crecen los educandos. Una parte de los problemas que hoy enfrentamos tiene que ver con la pobre, discontinua y dispersa, motivación de los estudiantes.

A su turno, este fenómeno refleja situaciones de disolución familiar, desintegración comunitaria, debilidad del tejido social en general, segregación urbana, efectos de cultura masiva, pérdida de tradiciones, erosión de formas preexistentes de autoridad, difusión de conductas desviadas en torno a las drogas y la violencia y, cómo no mencionar, esa suerte de difundido nihilismo que acompaña a las formas culturales posmodernas en diferentes sectores de la cultura contemporánea.

No pretendo unirme al coro de los malestares ni al alarmismo que como un fantasma recorre la conciencia neoconservadora. Más bien llamo la atención al hecho de que una auténtica reforma educativa debe mirar, antes que todo, a las culturas infantiles y juveniles, sus quiebres internos, evoluciones y vectores tanto positivos como negativos, constructivos y también destructivos.

Respecto de los demás factores clave sabemos que hay escasez de profesores competentes y notables fallas en la formación inicial, carrera y capacitación de nuestros docentes, así como en la organización de su trabajo, reconocimiento, remuneración y evaluación. Bienvenido pues el proyecto de nueva carrera docente presentado por el Gobierno. Hay en él factores positivos, que representan un claro avance respecto de las posiciones defendidas por la Nueva Mayoría el año pasado, con ocasión del proyecto que pone fin al lucro, el copago y la selección académica.

En efecto, ahora se busca aumentar sustancialmente (aunque aún de manera insuficiente) la remuneración inicial de los profesores y su incremento a lo largo de la carrera profesional; se ha recuperado un balance más equilibrado entre proveedores municipales y privados subvencionados y se ha vuelto a destacar la selección académica, aplicándola con mayor intensidad al proceso de ingreso a las carreras universitarias de Pedagogía. Asimismo, se enfatiza la inducción, orientación y el consejo laboral al inicio de la carrera y una sistemática evaluación a lo largo de ella.

Con todo, este proyecto necesita mejorarse en varias partes. Por ejemplo: no hay suficientes incentivos para reclutar y retener a profesores competentes en colegios de menor rendimiento; no se favorece la participación en el aula de jóvenes profesionales provenientes de otras licenciaturas universitarias bajo condición de que reúnan las necesarias destrezas; no se refuerza adecuadamente el rol de los directores en la evaluación de los docentes ni la autonomía de los colegios y el papel de los directivos en la gestión eficaz de los mismos; no hay arreglos institucionales para ofrecer una capacitación continua a los docentes actualmente en servicio, ni se ha resuelto la forma para que transiten eficientemente hacia la nueva carrera.

Ausente se halla asimismo un sólido plan de apoyo para los docentes que enseñan al 40% de nuestros estudiantes que no alcanzan el umbral mínimo de competencias de comprensión lectora, manejo numérico y razonamiento científico.

También en los frentes curricular, de infraestructura y equipamiento hacen falta indicaciones más claras de las políticas que seguirá el Gobierno. ¿Se hará un esfuerzo serio, decisivo, por aminorar los contenidos curriculares y así poder concentrar la enseñanza y el aprendizaje en las competencias clave? ¿Hay una visión integral del desarrollo de capacidades humanas? ¿Hay un plan para usar las tecnologías de información en el aula y un planteamiento pedagógico para la utilización de internet y las redes sociales?

Debo decir, al final, que la propuesta bajo discusión carece igualmente de una potente política de cambio y modernización de las facultades universitarias de educación, lugar donde se formarán las próximas generaciones de maestros. Es un vacío serio, reflejo de uno mayor: la ausencia hasta hoy de un esbozo público de política para la educación superior.

Como sea, lo importante es aprovechar el debate abierto en estos días, tanto para mejorar la nueva carrera docente como para discutir más ampliamente las políticas de mejoramiento de las oportunidades de aprendizaje.

 

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